Globalización, Desigualdad y Supervivencia
La tierra provee lo suficiente como para satisfacer las necesidades de cada hombre, pero no la codicia de cada hombre.
— Mahatma Gandhi
Parte I
La globalización es un fenómeno muy amplio, relacionado con múltiples procesos históricos interdependientes. Abarca dimensiones sociales, económicas, culturales, tecnológicas, geopolíticas, sistémicas.
En términos puramente económicos, la globalización se asocia al intercambio mundial de alimentos, insumos intermedios, maquinarias, productos manufacturados y servicios.
También incluye la difusión mundial de las ideas, la información, el conocimiento, y los medios de organización, transporte y comunicación que posibilitan el flujo de todo ello a través del globo terráqueo.
Globalización también tiene que ver con la libre movilidad de las personas, con la búsqueda de la libertad y con la tolerancia y el respeto de las diversas culturas (y formas de vida) que cohabitan en nuestro querido planeta tierra.1
La mayor parte de dichos flujos está mediada por instituciones de diversa índole, cuyas sedes principales suelen nuclearse en las grandes metrópolis urbanas: los propios estamentos gubernamentales y poderes públicos de cada país, organismos internacionales, empresas multinacionales, puertos, aduanas, empresas locales, asociaciones de trabajadores, de consumidores, de ambientalistas, organizaciones comunitarias, entre muchísimas otras.
Parte II
La riqueza es el resultado de la relación de nuestra especie, organizada a través de dichas instituciones, con la naturaleza de la cual formamos parte. La naturaleza, a su vez, conecta las diversas formas de vida que habitan el planeta y condiciona nuestras posibilidades de supervivencia como especie.
La tierra nos ofrece vastos recursos, y la humanidad ha acumulado un enorme cuerpo de conocimientos que, de ser utilizado concienzudamente, nos permitiría progresar materialmente de forma razonable y sostenible. Sin embargo, parafraseando a Ghandi, los recursos no son suficientes para satisfacer todas las aspiraciones materiales de todos los individuos. Ete aquí lo crucial de esta reflexión.
Es fundamental que repensemos hábitos de consumo y formas de vida en pos de maximizar nuestra contribución a la conformación de un socio-ecosistema más sano, suficiente y sustentable. Este ideal luce natural. Sin embargo, su realización es huidiza y parece muy lejana. La avaricia y el sufrimiento son monedas corrientes que se extienden como plagas que atentan contra la calidad de vida actual y contra las posibilidades de supervivencia futura.
Todos los días millones de niños revuelven basurales a cielo abierto buscando alimento. Se hunden balsas colmadas de personas hambrientas en los mares. Se construyen muros de concreto que separan barrios aledaños. Las fuerzas armadas cierran fronteras que separan países o regiones de un mismo país y disparan misiles que barren ciudades y comunidades enteras. Hambre, sangre, humo, caos. ¿Quiénes son los responsables de la barbarie?
También es cierto que se observan indicios de mejoras en muchos indicadores socio- económicos en diversas regiones del planeta, en línea con un progreso material palpable y casi continuo. Sin embargo, tales indicadores, y la realidad misma, experimentan enormes retrocesos en periodos muy cortos de tiempo.
Parte III
Globalización también se relaciona con la expansión de empresas multinacionales. La mayoría de las corporaciones entienden a los vínculos globales como enormes oportunidades para expandir sus negocios, aumentar beneficios y lograr una mayor valorización financiera del conglomerado. Las políticas promovidas por los grupos económicos concentrados son sencillas, teóricamente consistentes y muy fáciles de comprender en manuales básicos de economía: confianza ciega en los mecanismos de mercado, reducción de impuestos (liberalización comercial y minimización del rol del estado), obtención de largos permisos de explotación de recursos naturales y bienes comunes estratégicos para el desarrollo de las comunidades (privatizaciones), desregularización financiera y eliminación de cualquier tipo de regulación (laboral o ambiental) que disminuya los beneficios económicos. Estas medidas propician la maximización del tamaño de la extracción y de la producción pero no promueven una distribución equitativa de sus frutos. A su vez, suelen ser extremadamente dañinas para el medio ambiente. Es por ello que resultan tan impopulares. El entorno que posibilita la aplicación de tales medidas suele ser una crisis o “shock colectivo” caracterizado por alta incertidumbre, confusión social y necesidades urgentes [2].
Entonces: las crisis que facilitan la aplicación de tales medidas ocurren en un contexto de profecías auto cumplidas: s uceden porque los grandes jugadores del sistema lo promueven. Las elites que dirigen la mayor parte de las corporaciones suelen estar en desacuerdo con las políticas de redistribución. Suelen cansarse de los políticos de turno. Habitan una especie de mundo paralelo, donde abundan lujos y excesos. En su horizonte ven una rueda de la fortuna en lugar del sol. Quieren más y más posesiones, en una carrera que atenta contra la propia vida.
Las elites operan fundamentalmente a través de grandes instituciones que dirigen y “coordinan” el sistema financiero internacional: bancos de inversión, corporaciones- multinacionales, bolsas de comercio, paraísos fiscales, calificadoras de riesgo, medios de comunicación, políticos funcionales a esta ideología, etcétera. El manejo de información privilegiada por parte de actores secundarios suele ser muy valorado en “el mercado” porque
permite acceder al dinero y capitalizarlo a tiempo, adelantarse a la profecía y, fundamentalmente, contribuir a su cumplimiento.
Mientras tanto: aumenta (aún más) la especulación, se interrumpe la producción, se rompen cadenas de pagos, cierran empresas, aumenta el desempleo, disminuyen los salarios y aumentan la pobreza y la marginalidad. Lo curioso es que, a la vez que desmejora la calidad de vida de buena parte de la población, se acentúan varias fortunas; las crisis son funcionales al proceso de acumulación. Las crisis son inmensamente dañinas porque generan (des)incentivos que corrompen la ética del trabajo y el esfuerzo y demuelen los cimientos sobre los que debe forjarse una sociedad sana y próspera. Cuando el contagio está demasiado extendido y la crisis financiera es inevitable, los bancos centrales imprimen enormes cantidades de dinero fresco que vuelven al sistema financiero en pos de reactivar el crédito, el consumo y la producción. En medio del cortocircuito (y del reseteo sistémico) cambian funcionarios y se realizan acuerdos que condicionan la distribución futura de los recursos.
Parte IV
Reacomodadas las fichas del tablero geopolítico, y con mucho dinero fresco que busca nuevos dueños, se reactivan la inversión y la producción. Ello posibilita la recuperación del empleo y los ingresos. Los gobiernos suelen promover la inversión en infraestructura, mejorando la conectividad, la capacidad productiva y diversos indicadores socio-económicos. Las mejoras salariales suelen estar acompañadas de un incremento en las importaciones de bienes de consumo. Si las exportaciones no son suficientes para generar las divisas necesarias para acceder a dichos productos, y las reservas internacionales no alcanzasen, casi siempre existe la posibilidad de endeudarse internacionalmente para financiar consumo e inversión. La deuda es el alimento principal del monstruo que acecha en el lado oscuro de la globalización.
El sufrimiento es mayor cuanto peores son los hábitos de consumo de la sociedad propiamente dicha, pues se engorda la desconexión entre el progreso material genuino, sustento real de las mejoras en la calidad de vida, y las formas de vida de buena parte de la población. La codicia suele inflar dicha brecha y es el combustible que propaga la desigualdad, el conflicto distributivo y, en definitiva, engendra la próxima crisis política y socio-económica. Es decir, la nueva oportunidad para el acaparamiento por parte de unos pocos.
Parte V
Los períodos caracterizados por un incremento en la concentración de la riqueza coinciden históricamente con procesos de expansión imperial y colonialismo. En las últimas décadas, se vinculan con la enorme expansión del comercio internacional en contextos de liberalización comercial y financiera que casi continuamente han decantado en colapsos económicos severos. La concentración de la riqueza aumenta la probabilidad de crisis, exacerba el riesgo sistémico y pone palos en las ruedas de un desarrollo sano, equitativo y sustentable.
Hay muchas personas que nunca vemos, que parece que no tienen nombre ni rostro, que operan en la oscuridad cloacal, que compran voluntades gubernamentales y judiciales en pos de acaparar más y más, que sobornan a medios de comunicación para que repitan mentiras, que financian la industria militar y fomentan el vaciamiento de los sectores estratégicos (salud, educación y ciencias), que construyen muros y prisiones para los individuos marginados, que promueven la división y el caos para debilitar, dividir, conquistar y seguir acrecentando sus riquezas. ¿Será que no se dan cuenta que forman parte de un monstruo amorfo y oscuro que se alimenta de sus propios cerebros?2 Al igual que un virus que se propaga en la población, o a las células cancerígenas que se reproducen y colonizan a los distintos órganos del cuerpo que habitan, conducen a los seres vivos a la muerte.
En yuxtaposición a ellas, afortunadamente, existen muchísimas organizaciones y comunidades que cooperan diariamente en pos de defender la vida, los recursos comunes, la dignidad humana, y que forman parte del sistema inmunológico de nuestra especie. Allí residen nuestras esperanzas.
Parte VI
Re-conectando con las ideas del comienzo: no tengo dudas de que la globalización tiene el potencial de contribuir a la integración y al desarrollo económico mundial. Sin embargo, simultáneamente, genera enormes desigualdades económicas que derivan en conflicto distributivo, polarización política y desequilibrios socio-ambientales severos que atentan contra el progreso material equitativo-sustentable y, en definitiva, atentan contra nuestras chances de sobrevivir. A su vez, en muchas ocasiones la globalización es un catalizador que precipita grandes crisis económicas que dejan secuelas gravísimas.
Debemos tener presente que todo es consecuencia de la forma en que vivimos: aspiraciones materiales desmedidas y hábitos de consumo insanos. Potenciados, muchas veces, por la propia globalización.
Tala indiscriminada de bosques. Monocultivo a gran escala que reduce la fertilidad de los suelos. Incendios de humedales. Agroquímicos que contaminan reservas de agua dulce. Producción animal industrial en masa. Producción petrolífera que perfora suelos terrestres y marinos y utiliza toneladas de agua dulce. Minería a cielo abierto. Generación de energía a base de combustibles fósiles. Emanación de gases y sustancias tóxicas. Contaminación de ríos y arroyos. Utilización exagerada de medios de transportes terrestres y aéreos. En fin: las grandes causas del calentamiento global, del derretimiento de los polos y de la desaparición forzada de especies y ecosistemas.
Todo en pos de abastecer un modelo de consumo global a gran escala, principalmente en las grandes metrópolis urbanas, que atenta contra las posibilidades tomar agua limpia, respirar aire puro y comer alimentos sanos. Los incentivos materiales generados por el sistema económico imperante fomentan la creación de necesidades superfluas (por ejemplo, mediante el uso de la publicidad) y alimentan un consumo desenfrenado que tiene consecuencias extremadamente dañinas para la tierra, la biodiversidad y la calidad de vida de las comunidades que desean vivir en armonía y equilibrio con la naturaleza.
Parte VII
Existe muchísimo margen para poner en práctica políticas públicas (sobre todo, orientadas a la educación) y regulaciones que protejan a nuestras comunidades y recursos comunes, que permitan aprovechar el lado bueno de la globalización, que promuevan el desarrollo económico inclusivo y sostenible, que fomenten el conocimiento (y su buen uso), las artes, la diversidad cultural, la preservación de los ecosistemas.
En términos económicos: hay muchísimo margen para fomentar una competencia sana que permita mejorar la eficiencia productiva con la condición necesaria de preservar los recursos naturales en pos de asegurar una supervivencia digna.
Tenemos cada vez más herramientas, materiales y teóricas, más y mejor información y conocimientos, que permiten potenciar el desarrollo de la ciencia y la tecnología en pos de aprovechar al máximo nuestros recursos naturales de forma segura y sustentable.
También tenemos el marco institucional internacional que permitiría lograr una comunicación llana y transparente que fomente la cooperación internacional y el desarrollo sostenible.
El mensaje final de este escrito tiene que ver con voluntad canalizada en acción. Intentemos mejorar la pequeña parte de la comunidad que nos rodea en pos de sanar nuestro micro-mundo.
Seamos conscientes de nuestros actos. No nos acostumbremos a los lujos. Notemos que es un lujo abrir el grifo y sacar toda el agua potable que uno desee. Abrir la ducha y tomar un baño caliente. Tener una heladera con comida fresca. Ni hablar de subirse a un auto para moverse por el espacio terrestre o a un avión para volar por los aires (¡que el viaje valga la pena!).
Esforcémonos por vivir cada día con un poquito menos. Hablemos con los niños de igual a igual, aprendamos de su inocencia, invoquemos a nuestro niño interior. Regalemos sonrisas. Fomentemos la lectura, el cuidado de las plantas y los animales, la cocina, las relaciones humanas. Transmitamos los valores puros y esenciales que enriquecen nuestra vida en comunidad. Aprendamos a mirar a todas las personas reconociendo hermanos. Esforcémonos en vislumbrar las razones históricas que explican las carencias de los humildes y los desposeídos.
Aprendamos a callar-oír, a pensar-decir, a sentir-interpretar, a plantar-cultivar, a cocinar-lavar, a leer-escribir. A ser conscientes de lo que comemos y de lo que desechamos. Valoremos el esfuerzo, el trabajo y el tiempo libre.
Empecemos por pequeños cambios e intentemos percibir sus bondades. Pequeños hábitos se transforman en costumbres. Y buenas costumbres hacen a sociedades sanas, igualitarias y libres.
Recordemos las enseñanzas de quienes ya no están. Abracemos nuestra percepción del mundo espiritual. Descifremos las señales que aparecen en nuestro camino.
Un poquito caminando, otro poquitito a pie y de seguro que otros tramos en bici, los chiquitos del barrio del futuro germinarán las semillas de la alegría, la bondad y la esperanza de que hay un futuro posible.
Referencias
[1] Jorge Drexler, Frontera, (1999).
[2] Naomi Klein, La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, (2007).